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Roma ‘Ciudad Eterna’
La historia de Roma se remonta a la noche de los tiempos.
Según la ‘tradición’, lo recuerda el escritor latino Virgilio, en la remota y prestigiosa ciudad de Troya del siglo XIII
a.J.C. vivía un joven héroe, Eneas, hijo de Anquises y de la diosa Venus. Cuando los griegos incendiaron Troya,
Venus ordenó a su hijo: “Abandona Troya porque el destino quiere que de ti nazca una ciudad que será maravilla
del mundo”. Eneas llegó al Lacio y de su progenie descendieron los gemelos Rómulo y Remo, hijos de la virgen
vestal Rea Silvia. En el lejano 21 de abril del año 753 a.J.C., Rómulo y Remo fundaron, sobre el cerro Palatino, la
aldea que iba a ser el centro del más grande y duradero Imperio del mundo: ¡cincuenta millones de habitantes
distribuidos en tres continentes! Usando el método del carbonio radioactivo, los recientes estudios arqueológicos
han demostrado que, efectivamente, a mediados del siglo VIII a.J.C. en la cima del Palatino existía una aldea de
pastores de estirpe latina. Los siete reyes de Roma reinaron hasta el año 509 a.J.C., fecha de la fundación de
la República. La República se concluyó con el asesinato de Julio César el día 15 de Marzo del año 44 a.J.C. en
los ‘Idus de marzo’, y con la llegada al poder de Octaviano Augusto que fue el primero, y uno de los mejores,
emperadores romanos. En Roma se sucedieron emperadores que supieron gobernar y otros famosos por su
locura, y el pueblo romano dio al mundo la ‘lengua latina’ de la que descienden muchas de las lenguas modernas,
así como la ‘escritura y los caracteres latinos’, actualmente los más usados y conocidos en todo el mundo, y
el derecho romano que ha inspirado y continúa ejerciendo su influencia sobre la mayor parte de los códigos
de derecho modernos. Roma adoptó el arte de los griegos, su religión, y arquitectura, pero asimismo exportó
su poderosa técnica de ingeniería. ¡Por siglos los arcos, las bóvedas, y las cúpulas romanas fueron el modelo
seguido por los arquitectos de todo el mundo! Aún hoy el Panteón de Roma presenta la cúpula más ancha de
cemento que se haya construido. Durante el censo ordenado por el emperador Augusto en Belén nació un
Niño de una Virgen. Creciendo, a causa de sus ideas de paz, de amor y de justicia, en el año 33 fue arrestado
y crucificado bajo el reino de Tiberio. Sin embargo, con su palabra y su ejemplo habría transformado el mundo.
Uno de los Apóstoles, Pedro, líder de la joven comunidad cristiana en Roma, también será arrestado y, en el año
67, crucificado en el área del cerro Vaticano. El Imperio Romano toleraba todas las religiones presentes en sus
extendidos territorios pero no era tolerante con la religión cristiana. El mensaje predicado por sus seguidores
tenía un efecto maravillosamente devastador: ante Dios, ¡el Emperador y el esclavo son iguales! Era un mensaje
demasiado moderno, demasiado social, y por tanto peligroso. La vida de los cristianos en el Imperio estará signada
por crueles persecuciones hasta cuando Constantino, en el año 313, les concederá la libertad de culto. En el
año 395 el extendidísimo Imperio fue dividido en dos partes: el Imperio de Oriente, con capital en Constantinopla
(que luego fuera Bizancio y por último Estambul) y el Imperio de Occidente con capital en Rávena, ubicada sobre
el mar Adriático. Roma, entonces la ex capital, sufrirá el deshonor y la vejación de tremendos saqueos: en el año
410 por los godos de Alarico y en 455 por los espantosos vándalos de Genserico. La inmensidad del Imperio,
la incapacidad de algunos emperadores y la llegada del cristianismo provocaron (año 475) la caída del Imperio
Romano de Occidente y con ella el fin de la llamada ‘Pax Romana’, o sea el control férreo de parte de la autoridad
imperial dentro de sus inmensos confines.
En el año 800, con la coronación de Carlomagno como emperador del Sacro Imperio parecía que el panorama
habría mejorado. Lamentablemente, las luchas por la toma de poder de los nuevos emperadores conllevaron
otras guerras y sufrimientos. En 1309 los papas dejaron Roma por Francia, y se establecieron en Aviñón y
entonces Roma, que en la época de Constantino contaba con dos millones de habitantes entre ciudadanos y
esclavos, se transformó en una pobre aldea de unas veintemil personas. El poblado estaba estanciado sobre las
márgenes del Tíber, única fuente de agua potable desde que los bárbaros habían cortado los doce magníficos
acueductos imperiales. Recién en 1377 los papas regresaron a Roma y empezaron su reconstrucción. Pontífices
cultores de las artes, como Nicolás V, Sixto IV y Julio II, llamaron a Roma a artistas como Alberti, Bramante,
Botticelli, Perugino, Miguel Ángel y Rafael. A la perspicacia de estas personalidades se debe el ‘renacer’ de Roma
que se concluirá un siglo más tarde con el fantástico Barroco de Paulo V, Urbano VIII, Inocencio X y Alejandro
VII, generosos mecenas de Algardi, Bernini y Borromini. También la Roma neoclásica y moderna, como se verá,
recibirá una fuerte influencia de los monumentos de su pasado. Si Roma es bella y eterna se lo debe a los
emperadores que la hicieron majestuosa, y a los papas que la han conservado fascinadora e inmortal.
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