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La increíble ablandar la superficie del compacto velo de hollín, grasa y cola, con una esponja
distorsión de perspectiva natural empapada de agua destilada y sin agregar ningún solvente, se removía la
en la Sibila Libia suciedad. Apenas la esponja se teñía de negro, se la suplantaba con otra limpia
y, poco a poco, los inesperados, brillantes colores de Miguel Ángel, salían a la
luz, los mismos que, en el fondo, ya se podían ver en el miguelangelesco Tondo
Doni de los Uffizi, anterior a la Capilla Sixtina. Los técnicos nos mostraban que se
dejaba un leve velo de hollín para evitar que se quitaran los agregados en seco
que se ponían en evidencia con la limpieza. Más de una vez pudimos constatar
que durante estos trabajos no se había quitado o agregado ni un solo gramo de
color. Es justo, por tanto, hablar de limpieza y no de restauración. ¡No era posible
hacer un trabajo mejor! A la vez increíbles y fascinadores son los detalles que
emergieron durante el delicado trabajo de los técnicos. Personalmente fui testigo
de dos de ellos. Estábamos asistiendo a la limpieza del fresco con la escena del
Pecado Original y la Expulsión del Paraíso. El técnico estaba limpiando el rostro
de Eva (de cerca parece de un largo superior a los cuarenta centímetros) y
estaban apareciendo los dulces ojos de la Madre de la humanidad. En el blanco
de los ojos de Eva notamos, con gran emoción, después de casi cinco siglos,
que Miguel Ángel había dejado (¿adrede?) sus impresiones digitales. Igualmente
emocionante fue ver cómo se notaban los detalles, antes no perceptibles, sobre
los labios de Eva. Miguel Ángel había usado un pincel muy delicado para pintar
las diminutas líneas verticales de los labios. Es un detalle que no se ve desde
abajo, lo cual demuestra que el artista no pintaba sólo para acontentar a Julio II
sino que también lo hacía para su satisfacción personal. También fue asombroso
notar el enorme cambio en la perspectiva a medida que uno se acerca a la
bóveda. Las grandes figuras de las Sibilas y de los Profetas, pintadas sobre las
partes cóncavas de la bóveda, vistas desde abajo parecen perfectas. De cerca,
sobre los andamios, se ven ridículamente anchas y bajas, verdaderos monstruos.
Miguel Ángel pintó figuras distorsionándolas, calculando el efecto en función
»de una perspectiva desde abajo, y esto a pesar de que no podía controlarlo
personalmente porque se lo impedían los andamios.
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