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« La limpieza de los frescos
de la Capilla Sixtina
Miguel Ángel trabajó cuatro años, de 1508 a 1512, para realizar los frescos de la
Taller de limpieza bóveda de la Sixtina y, luego, otros cuatro para el Juicio Final (la versión oficial es que
de la bóveda trabajó de 1535 a 1541, pero sabemos que interrumpió la obra casi por un año
para crear la magnífica plaza del “Campidoglio” o Capitolio). Por tanto, en apenas ocho
años, y trabajando solo, logró realizar lo que las Naciones Unidas han declarado la
“Obra maestra del arte mundial”. Durante casi cinco siglos la única fuente de luz en la
Sixtina fueron las velas y las lámparas de aceite. El humo grasiento que se desprendía
de ellas se agregó al de los braceros que en invierno servían para calentar el
ambiente de la capilla. Sobre el humo grasiento, a su vez se fue acumulando el polvo.
Paulatinamente, los colores se fueron oscureciendo y un denso velo oscuro fue
cubriendo los detalles. Además, en ocasión de la visita de algunas personalidades, se
había tratado de avivar los colores extendiendo sobre ellos una capa de grasa animal.
Los artistas del Cinquecento inmediatamente se habían lamentado por la pérdida de
la vivacidad de las tintas y la desaparición de los detalles debida al negro de humo
y a las pequeñas infiltraciones de agua pero, a medida que pasaba el tiempo, parte
de la crítica empezó a acostumbrarse a los tonos oscuros y, es más, se inventó que
la pintura miguelangelesca poseía un carácter ‘terrible’, de oscura fuerza, jugada
sobre colores pardos y terrosos. Sólo después de la magnífica limpieza, el mundo ha
comprendido que la pintura de Miguel Ángel no era terrible, sino que solamente se
veía muy empañada por los efectos señalados.
¿Por qué tantas polémicas sobre la limpieza (según mi opinión personal, este término
es más exacto que el de restauración) de la Sixtina?
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