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Rafael, artista. Observando atentamente, vemos que el rostro de Platón, con su larga
Disputa del barba, nos recuerda a un gran pintor y hombre de ciencias del Renacimiento:
Santísimo Sacramento Leonardo da Vinci. Rafael lo conoció personalmente en Florencia en 1505 y
quiso inmortalizar su rostro en el fresco. En la esquina izquierda, el personaje con
túnica roja y un manto blanco escribiendo en un grueso volumen es Pitágoras
de Samos, el matemático. Simpáticos los dos hombres a sus espalda, que leen
y tratan de copiar sus apuntes. En la parte opuesta, Euclides está mostrando a
los alumnos, en una pizarra, sus intuiciones geométricas. Detrás suyo, Tolomeo
sostiene el globo y Zoroastro la esfera celeste. En este fresco Rafael quiso dejar
un mensaje importante. Hasta el Cinquecento se consideraba que eran hombres
de cultura sólo aquéllos que usaban la mente, como los filósofos, los matemáticos,
los científicos, y no los demás, como ser los artistas, que usaban las manos. Rafael
quiso demostrar que no es posible usar bien las manos si antes no se usa bien
el cerebro y puso a los artistas, a sí mismo y a su amigo Giovanni Antonio Bazzi,
llamado Sodoma, en la Escuela de Atenas. El célebre Autorretrato del joven artista,
con un gorro negro nos mira desde la esquina derecha.
El filósofo Diógenes se muestra recostado, al centro, sobre los escalones, sin
importarle la desaprobación que muestra el joven a su izquierda.
A los pies de la escalinata se destaca una figura diferente de las demás. Es el único
personaje que calza botas, los otros llevan sandalias o están descalzos. Es el único
que viste ropajes renacentistas y no mantos o túnicas. Observemos su rostro: es
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